[Microrrelato basado en hechos reales en homenaje a la ONG con la que colaboro, Mirando por África, y cuya labor es muy necesaria]
«Está embrujado, tíralo al río», le dijo uno, y otro, y otro. Se negó. Abandonada por su marido, cogió las cuatro pertenencias que podía llevarse y salió de su chabola, en Douala. Se dirigía hacia la aventura más larga y dolorosa de su vida. Sabía que tardaría mucho en volver, si es que lo hacía. Caminó un mes, y otro, y otro. Recorrió países como Nigeria, Benin, Burkina Faso, Níger y Mali. Durante siete largos días atravesó el desierto del Sáhara, pasando por la ciudad fronteriza de Uchda. El hambre, el calor o la muerte eran sus compañeros de viaje más fieles. Lo único que la mantenía con vida era el deseo por encontrar una cura. Cuando por fin atravesó el bosque, se tiró al mar y nadó durante diez horas. Creyó desvanecerse. Una brazada, y otra, y otra. Y así, con el recuerdo de su cara siempre presente, llegó a Ceuta. Tras visitar varios centros médicos, entendió que su hija no estaba embrujada. Era única. En el cromosoma 21, tenía uno, y otro, y otro.
2 comments
Join the conversationGerardo Domínguez Liñán - diciembre 3, 2018
Me encanta este micro-relato. No te hacen falta más palabras para transmitir el sufrimiento, el miedo y también la lucha y la esperanza
Beatriz - diciembre 3, 2018
Muchísimas gracias por tu comentario Gerardo, la verdad es que escuchar a la persona en la que está basado este microrrelato impacta mucho y deja emociones muy contradictorias. Me alero de que te haya gustado, te veo por aquí 🙂